Investigadores del Centro Internacional Cabo de Hornos, CHIC, visualizan que en los últimos 20 años el cambio climático ha incidido en el desempeño de las especies, siendo la Oscilación Antártica un forzante clave.
En la cuenca del río Róbalo se ha identificado Coigües de Magallanes con una antigüedad de 400 años.
Los bosques son verdaderos reservorios que guardan una historia cada vez más atrayente para los investigadores ante un fenómeno global como el cambio climático, y esta importancia adquiere mayor relevancia si hablamos de una de las masas boscosas más prístinas del planeta en la región subantártica de Magallanes.
Es bajo este verdadero laboratorio natural, especialmente en las provincias de Antártica y Tierra del Fuego, donde fijan la vista los investigadores del Centro Internacional Cabo de Hornos, CHIC al amparo de la sublínea Bosques y que se sitúa en la primera línea de investigaciones de este centro de excelencia financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo ANID, la línea Centinelas del Cambio Climático.
El biólogo de la Universidad de Magallanes, Juan Carlos Aravena, lidera esta sublínea en la que también trabajan los investigadores asociados Duncan Christie y Rodrigo Villa y los investigadores colaboradores Claudia Mansilla y Felipe Hinojosa. Admite que en el trabajo que comenzaron a realizar al amparo del CHIC hay varias preguntas que se han abierto con el tiempo.
“En los años 90 habíamos detectado algunas respuestas para las especies básicamente por la temperatura o en las especies de más al norte por las precipitaciones. Incluso la lenga, en su distribución más al norte, que llega hasta la altura de Talca, tenía una respuesta más bien a la precipitación porque estaba más sometida a la condición de sequía allá y ese cuadro estaba más o menos claro”, explica.
Sin embargo, en los últimos 20 años, las especies han modificado su respuesta al clima y en varios casos donde se habría esperado que a mayores temperaturas hubiera más crecimiento en especies como el alerce o menos crecimiento como la lenga se han dado respuestas al revés.
Aravena sostiene que busca como precisar mejor cuáles son los factores determinantes en el crecimiento de los árboles y de manera de poder usar ese desarrollo como un indicador de variabilidad ambiental en el pasado y hacia el futuro.
“Antes uno hacía correlaciones directamente con temperatura y precipitación. Ahora estamos más bien viendo otros patrones de circulación atmosférica y de prioridad climática que son índices como la Oscilación Antártica que parece ser muy importante para los ecosistemas de Patagonia y ecosistemas subantárticos, que están como en el área de influencia de la Antártica. Entonces estamos detrás de esas conexiones, porque en el fondo nos estamos dando cuenta que no son relaciones tan simples de una variable contra otra, sino que son más bien condiciones que integran varios factores”, detalla Juan Carlos Aravena.
Habían trabajado hasta ahora en el ancho de los anillos de crecimiento arbóreo y en los últimos años han incorporado otras aproximaciones como usar las variaciones de la composición química de los anillos. Ello porque cada anillo tiene su propia firma anual en cuanto al contenido, por ejemplo, de isótopos estables como el carbono, el oxígeno, dice Aravena.
“Nos hemos dado cuenta, en algunas especies por lo menos, generan una mejor representación de lo que es una respuesta al crecimiento a la variabilidad climática.
Por un lado, la variable inicial era el ancho de los anillos y eso nos daba un cierto resultado que son menos fuertes de lo que estamos consiguiendo con aproximaciones como hacer cronologías de variabilidad de isótopos en los anillos. Eso va a formar parte bien fuerte de lo que estamos haciendo ahora con el Coigüe de Magallanes, pero también lo estamos empezando a hacer con otras especies subantárticas como el Ciprés de las Guaitecas”, dice.
Igualmente admite que la Oscilación Antártica puede influir en el crecimiento de las masas boscosas dependiendo de la distribución geográfica. Incluso, nunca habían relacionado viento con crecimiento y ahora les aparece como una variante muy importante y bien correlacionada con el crecimiento de algunas poblaciones de especies, por ejemplo en isla Navarino.
Esperan que a través del CHIC puedan agudizar aún más en la busca de respuestas y por ello proyectan instalar instrumentos que les permita ver las variaciones del crecimiento de los árboles en un trabajo a largo plazo.
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Coigües de Magallanes de 400 años
Duncan Christie, doctor en Ciencias Forestales de la Universidad Austral de Chile e investigador asociado al CHIC, recuerda que la primera vez que llegó hasta Puerto Williams fue entre el 2002 y 2003, invitado por el director del CHIC Ricardo Rozzi, cuando se trabajaba en la propuesta de la Reserva de la Biosfera Cabo de Hornos.
Sin embargo, desde el 2000 está vinculado en un trabajo colaborativo con el equipo de Juan Carlos Aravena, fijándose en el análisis de los anillos de los árboles.
“Fue la primera vez que fuimos a muestrear a isla Navarino y desde ese tiempo hemos ido en forma intermitente. Ahora que comenzó el CHIC hemos retomado el trabajo. Hemos investigado mucho en bosques de Lenga y Coigüe de Magallanes, en nuestro último viaje fuimos a trabajar en los bosques de Coigüe de Magallanes del Lago Róbalo”, dice.
El trabajo en los bosques de coigüe han resultado bien interesantes, en general son más longevos que las lengas. En la cuenca del lago Róbalo hallaron árboles de coigüe de hasta 400 años y con eso han comenzado a armar cronologías de anchos de anillos e isótopos estables.
“Básicamente utilizamos estas cronologías como archivos ambientales del pasado, y para evaluar cómo están respondiendo estos bosques a la variabilidad y cambio en el clima. Es como tener un libro que te dice año a año como se comportaba el clima y el ambiente en función del crecimiento de los árboles. Los coigües son árboles longevos y también su madera muerta permanece sobre el suelo por varios siglos antes de descomponerse, utilizándose también para el desarrollo de cronologías. En el lago Róbalo hemos trabajado mucho con la madera muerta de Coigüe que ha permanecido en el lugar por más de 200 años. Con ese material hemos extendido nuestros registros, tenemos algunas muestras de coigüe que comienzan con sus primeros anillos de crecimiento a finales del siglo XV”, precisa Duncan Christie.
Al combinarse la madera muerta con los árboles vivos en estas curvas de crecimiento, se puede ver como calzan los patrones de crecimiento de estos troncos muertos con los árboles vivos, pudiéndose fechar sus años de muerte.
Admite que no es tan común hallar bosques antiguos de Coigüe de Magallanes de 400 años, por lo que los bosques del Lago Róbalo adquieren un significado mayor. En el sur de la isla Tierra del Fuego en los sectores de los lagos Deseado y Despreciado, se han hallado algunos ejemplares con similar antigüedad, pero lo más frecuente es identificar bosques con árboles de coigüe de entre 200 y 300 años..
“El bosque de la ribera sur del lago Róbalo es un ecosistema muy particular, siendo un bosque antiguo con árboles de 400 años. Los registros extraídos de este lugar nos han permitido determinar que el comportamiento del clima regional del último par de décadas, ha sido algo totalmente inusual dentro del contexto de los últimos 400 años”, explica Christie.